sábado, 2 de agosto de 2008

Ilícitamante

Pasan las horas y sigo esperando una señal. Mi respiración tranquila no refleja la velocidad con la que mi corazón late; hubo una salida hace algún tiempo pero no la tomamos, ahora estamos sentados en un café vacío esperando que las respuestas fluyan, surjan de nuestras bocas: como si siempre las hubiéramos tenido pero nuestros labios fungieran de prisión, limitando nuestras conversaciones a burdas pláticas de imágenes repetidas, obviando lo verdaderamente importante y haciendo hincapié en lo absurdo. Así continuamos jugando a los ciegos que se buscan gritando su nombre en un cuarto de espejos rotos, como si fuera fácil vernos a los ojos, en silencio, con serenidad y sinceridad aunque sea un rato; los ciegos siguen gritando los nombres y con las manos alzadas para no encontrarse de cara con los lados filosos, como navajas para afeitar, de los trozos de espejos. Las palmas como defensa contra lo desconocido, de pronto, perciben un cambio de temperatura, una briza, una señal de vida: son nuestros dedos encontrados.
Las yemas bailan cual llamas en una fogata, sin prisa las manos se conocen, se recorren con timidez pero ganando confianza rápidamente.
Años quedan perpetuados, resumidos en la danza entre tus dedos y los míos; ambos fingimos estar dormidos: recargados en el otro, tú en mi hombro, yo en tu frente.
La palma, el dorso, las yemas, los nudillos, las uñas, el índice, el medio, el meñique, el pulgar, las arrugas, los vellos, hasta la muñeca, los pequeños huesos que sobresalen, toda viaja junto a una sensación despierta en mí; sensualidad y deseo, recuerdos y anéelos; sospecho que en tu mente las sensaciones se arremolinan, creo que la confusión es mutua.
Mientras nuestra cabeza divagan y tratan de dar razón a lo que está ocurriendo, los dedos, la piel tiene su propio camino: sin esperarnos, nuestros cuerpos se han adelantado millones de años luz de nuestra conciencia.
Nuestras yemas se tocan tan suavemente que la sensación de penumbra es mayor que la de tacto. Comienzo a bajar, tus coyunturas, lentamente me acerco a tu palma, paso por los montecitos formados de bajo de los dedos (los que sufren y se convierten en callosidades), las arrugas, esos surcos parecidos a un sistema de ríos en alguna selva tropical, las sigo, me dejo llevar por sus caminos tortuosos y llamativos; se me hace inverosímil la forma en la cual, después de tantos meses en silencio y con profunda lejanía nos reconocemos de la manera más carnal posible.
Mantengamos el silencio, nada es apropiado para esta situación. Parecemos vainilla estrangulando un gran sauce, los pulmones crecen y decrecen rápidamente, expulsando aire y con él se van disculpas y reclamos, purificamos los nervios, todos los alvéolos rellenados de ti y de ayer.
Como ayer, ¡Ah, tantos ayeres!, seguimos jugueteando con los dedos pero nos hemos dado cuenta que es un recuerdo lo que queremos crear, algo para recordar, una lagrima más para poder lubricar nuestra amistad.
Amistad, te maldigo y te aprecio. Sin rencor pero siempre con reservas.
Es momento de separarnos, mientras nos levantamos se alejan nuestras manos. Tengo pena de ver tus ojos así que solo veo tus labios, que se aprietan y dicen -"Ve mis ojos, bésame ilícitamente, después no diremos nada."-
No puedo, no debemos.

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