lunes, 9 de junio de 2008

Juntos en la soledad

Pensando en la vida, me acordé de las veces que lloramos recargados en el hombro ajeno. Con una leve caricia, las lágrimas resbalaban por nuestras mejillas, chocaban y estallaban en nuestras manos entrelazadas; veíamos a ningún lado, esperando encontrar las respuestas que dieran fin a miles de horas en silencio, millones de suspiros e incontables miradas desviadas. Siempre con la esperanza de resolver el misterio de nuestra unión, la constante en nuestra relación, la desesperación de no poder siquiera tratar de mitigar la discusión muda. Era una guerra de espera: segundo a segundo esperábamos ver la bandera blanca pero, al contrario, encontrábamos una mirada sesgada, igual a la propia.
Recónditos fueron los lugares por los cuales se escabulleron nuestras súplicas. Grito tras grito huyó por los caminos del olvido, sin razón de esperar por nuestro amor. Sin una salida, estábamos destinados a disfrutarnos salvajemente durante el viaje hacia nuestra destrucción; ni tú ni yo comprendimos la clara señal, despilfarramos el perdón, no guardamos un poco para sanar después de la muerte.
Noches enteras me quedé en vela, con la mirada perdida en la obscura silueta imaginaria de tu cuerpo danzante; después de algunas horas mis brazos comenzaron a rebelarse, no seguían órdenes, eran autónomos, dibujaban tu silueta, modelaban tu cuerpo; mientras mis ojos se cerraban lentamente, viajé a cada noche que tu cuerpo se dejaba llevar por el ritmo de nuestro goce. De pronto sentí una lluvia de alfileres corriendo entre mis venas, y tal como la luna desciende al amanecer, mis brazos perdieron altitud, pero nunca el ritmo y la consistencia en el dibujo de tu cuerpo. Bajaban mis manos y fácilmente aprecié tu pecho, tus senos, tu cintura, cadera, piernas, rodillas hasta llegar a los pequeños y agarrotados dedos de tus pies. Entonces mis brazos volvieron a ser mis brazos.
Si pudiera escribir las palabras que chocaron con la pared del silencio, escribiría La Guerra y la Paz mil veces sin que una línea se repitiera. Tuve ideas buenas, tiernas, dulces, alentadoras y amorosas, pero también tuve algunas malas, duras, ofensivas, groseras, grotescas, recriminatorias y despiadadas. Por más buenas que fueran mis ocurrencias, surgían otras malas de cada grieta formada por la idea de tu perfección.

1 comentario:

Cristina dijo...

oorale, es muy diferente a todo lo que me has compartido, me ha gustado mucho, sobre todo las palabras "cuerpo danzante" y la parte de la guerra y la paz, incluso no tiene tantas faltas y la redacción es bastante buena, me ha gustado mucho.Oye, soy la primera en comentar tu blog, deberias darme un premio!